sábado, 17 de mayo de 2014

Francisco Xavier Clavijero y Cornelius De Pauw

Cornélius De Pauw (1739-1799)

Fue un filósofo, geógrafo y diplomático holandés en la corte de Federico el Grande de Prusia. Este personaje fue considerado en su época uno de los mejores especialistas en el Nuevo Mundo.

El descubrimiento de América en el siglo XV propició la génesis de temas de reflexión tanto para la filosofía como para la naciente antropología. Al asombro por el encuentro de nuevos espacios geográficos se unían las polémicas sobre si se debía considerar o no a los habitantes de estas tierras como seres humanos. El erudito holandés Cornélius de Pauw estaba convencido de que los aborígenes de América del Norte eran una raza inferior condenada a quedar fuera del “movimiento de la historia”, en 1830 Hegel afirmaba, en su célebre Introducción a la filosofía de la historia, que los habitantes de África ocupaban, decididamente, el escaño más bajo de toda la “infrahumanidad”: los negros, estaban al mismo nivel de los objetos sin valor.

A pesar de que nunca había pisado América, en su obra Recherches philosophiques sur les Américains (1768-1769) es considerada plenamente anti-americana e influenció a muchos intelectuales de su época, heredero de una concepción iluminista que tenía a los habitantes de las sociedades no europeas como salvajes.

De Pauw considera que el descubrimiento del nuevo mundo es una desgracia para la civilización europea pues el nuevo continente es monstruoso. Para él, el clima es el principal culpable de la degeneración de sus habitantes. Eso implicaba que menospreciaba por igual a indígenas que a criollos. El filósofo holandés tampoco creía en los cronistas españoles y mucho menos en la gloria de los grandes imperios Inca y Azteca, pues consideraba que los conquistadores habían exagerado por vanidad.

La única cosa que De Pauw reconoció y en la que medianamente podría tener razón, es en que los españoles explotaban los nuevos territorios de una forma salvaje. Su solución era que los europeos regresaran a casa, la tierra elegida y dejaran a los indios a su suerte. Lo más sorprendente de todo este asunto es que De Pauw fuera considerado un experto en la materia. La importancia de este "científico" para Clavijero, radica en que en sus textos se pueden resumir todas las falacias de los demás difamadores de América (entre los que cuenta a Tomas Gage, Comte de Buffon y Guillaume-Thomas Raynal).

Francisco Xavier Clavijero (1731-1787)



Investigador profundo de nuestra realidad cultural e histórica fue el humanista Francisco Xavier Clavijero. Nació en el puerto de Veracruz el 9 de septiembre de 1731. Desde su más tierna infancia estuvo en contacto con la sociedad nativa, pues su padre, Blas Clavijero, fue alcalde mayor en Teziutlán y en Xicayán de la Mixteca. Gracias a la convivencia con el mundo indígena, aprendió náhuatl, otomí y la lengua mixteca. Estudió en el colegio de los jesuitas en Puebla y, finalmente, entró en la Compañía de Jesús, en el noviciado de Tepotzotlán, en febrero de 1748. Siempre destacó por su memoria y capacidad intelectual, atributos que lo recomendaron como catedrático de letras y filosofía al concluir sus estudios en el Real Colegio de San Ildelfonso. Entonces leyó autores poco ortodoxos para su época y profesión, como Newton, Bacon, Leibniz y Gassendi.

Clavijero impartía su cátedra en el Colegio de Guadalajara, cuando se enteró que debía abandonar el país, debido a la real orden de expulsión de los jesuitas, que llegó a la Nueva España el 30 de mayo de 1767. Sin resistirse, acató el mandato. Con la única compañía de una muda de ropa y un breviario, subió al paquebote Nuestra Señora del Rosario para dirigirse a Italia, aunque tuvo que hacer una escala forzosa porque su embarcación naufragó en el trayecto; sólo se salvó, según sus palabras, por intercesión de la Virgen de Guadalupe.

Al llegar a Italia, sus superiores lo enviaron a Ferrara, al norte de la península. Cuando dio a conocer su deseo de dedicar su pluma a la historia mexicana, se le concedió permiso de trasladarse a la cercana ciudad de Bolonia, donde se fundó, a finales del siglo XI, la primera universidad de occidente, dotada de grandes archivos y bibliotecas. En este ambiente letrado convivió con otros hermanos de orden que compartían sus inquietudes, como Francisco Xavier Alegre, autor de la Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, el poeta Diego José Abad y los humanistas Manuel Iturriaga, Rafael Landívar, José Mariano Vallarta, entre otras muchas luminarias, sin dejar de contar a los bibliófilos y coleccionistas de antiguallas, como el conde de Ferrara, que le dieron acceso a documentos poco conocidos del pasado mexicano para preparar su magna obra. También solicitó libros y documentos desde Cádiz, Madrid y otras ciudades europeas.

Clavijero escribió la Historia antigua de México en su lengua materna y luego, para facilitar su impresión y satisfacer la solicitud de sus amigos de la península itálica, la tradujo al italiano. La Historia antigua de México del jesuita criollo tiene el mérito no de ser la primera que se escribió sobre el tema, ya que la preceden obras insignes como las de Sahagún, Motolinia, Mendieta, Muñoz, Chimalpáin y Tezozomoc, sino de abordar el pasado en forma completa y sistemática, bajo los criterios y métodos del siglo de las luces.

Sin caer en exageraciones, Clavijero exaltó la antigüedad prehispánica, equiparando el mundo azteca con la cultura grecorromana y desarrolló la idea de una patria mexicana, considerando el pasado indígena como patrimonio de todos los nacidos en el territorio, sin distinción de raza:

"Cuatro clases de hombres pueden distinguirse en México y otros países de América.
1. Los americanos propios, llamados vulgarmente indios, esto es, los que descienden de los antiguos pobladores del Nuevo Mundo y no han mezclado su sangre con la de los pueblos del Antiguo Continente.

2. Los europeos, asiáticos y africanos establecidos en aquellos países.
3. Los hijos o descendientes de éstos, llamados por los españoles criollos, aunque tal nombre se da principalmente a los hijos o descendientes de europeos, cuya sangre no se ha mezclado con la de los americanos, asiáticos o africanos.

4. Las razas mezcladas, llamadas por los españoles castas, esto es, aquellos que nacen o descienden de europeo y americana, o de europeo y africana, o de africano y americana, etc.

Todas estas clases han sido infamadas y menospreciadas por Pauw, quien supone tan maligno el clima del Nuevo Mundo, que hace degenerar, no sólo a los criollos y a los americanos propios nacidos allí, sino también a los europeos habitantes de aquellos países, a pesar de haber nacido bajo un cielo tan benigno y un clima tan favorable, como lo cree para todos los animales […].”


De Pauw había descrito el genio embrutecido de los aborígenes de América. Clavijero nos menciona:

"Si recorriéramos las otras naciones de Asia y África, apenas encontraríamos una parte, no muy grande, que no sea de color más oscuro, y en la cual no se adviertan irregularidades más enormes y defectos más grandes que cuantos censura Paw en los americanos. El color de éstos es mucho más claro que el de casi todos los africanos y los habitantes del Asia meridional. La escasez de barba es común a los habitantes de las islas Filipinas y de todo el Archipiélago Indiano, a los famosos chinos, japoneses, tártaros y a muchas otras naciones del Antiguo Continente, como es manifiesto para quienes tengan alguna noticia de la variedad de la especie humana en los diversos países de la tierra. Las imperfecciones de los americanos, por grandes que se quieran representar, no son comparables con los defectos de los inmensos pueblos cuyo carácter hemos bosquejado, y de otros que omitimos. Todo esto debería haber contenido la pluma de Paw; pero lo ha olvidado o acaso lo disimuló maliciosamente.

Pauw presenta a los americanos débiles y enfermizos; Ulloa, por el contrario, afirma que son sanos, robustos y fuertes. ¿Quién de los dos merecerá de nosotros más crédito, Paw que desde Berlín se puso a filosofar sobre los americanos sin conocerlos, o Ulloa que por algunos años los vio y trató en diversos países de la América meridional? ¿Paw que tomó el empeño de vilipendiarlos y envilecernos por establecer su disparatado sistema de la degeneración, o Ulloa, que aunque, por otra parte, poco favorable a los indios, no trató de formar ningún sistema sino solamente escribir lo que juzgaba cierto?"


En su sexta disertación, Francisco Xavier Clavijero se encargó de realizar una de las mejores y más exaltadas defensas de la cultura americana frente a los enciclopedistas europeos embarcados en la moda de despreciar y bestializar todo lo proveniente de América. En esta ocasión Clavijero desmiente los aberrantes argumentos de "Pauw"

“[…] Si Pauw hubiera escrito sus Investigaciones filosóficas en América, podríamos sospechar la degeneración de la especie humana bajo el clima americano; pero como vemos que esta obra y otras muchísimas del mismo calibre se hacen en Europa, nos confirmamos más en la verdad de aquel proverbio italiano tomado de los griegos: Todo el mundo es país."

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