lunes, 30 de junio de 2014

Hemiciclo a Juárez


Hemiciclo a Juárez
De los jardines particulares medievales, consagrados al recogimiento y ascetismo, a los parques públicos destinados al regocijo, hay más que sólo siglos de por medio. La Alameda, el parque público más antiguo de la ciudad de México y del continente americano, transmite tintes renacentistas: la idea de pasearse, caminar o encontrarse con los otros es síntoma de que la capital novohispana nació con ciertos rasgos modernos. El virrey don Luis de Velasco, en 1592, mandó construir este espacio para “el esparcimiento de sus vecinos”, sólo que de los siglos XVI al XVIII la palabra vecino refería a la gente de alcurnia. Los indígenas, muchedumbre descalza en calzones de manta, o la plebe, tuvieron prohibido entrar, incluso hasta las primeras décadas del siglo XIX.

Durante siglos, la Alameda fue considerada, junto con la iglesia de San Hipólito, el límite poniente de la urbe. A su alrededor se levantaban conventos y templos —Santa Isabel, San Francisco, San Diego, la Capilla de la Santa Veracruz y la Iglesia de San Juan de Dios—, en su costado poniente se hallaba el quemadero de la Santa Inquisición y hacia el poniente caía el chorro del acueducto que traía el agua desde Chapultepec y El Desierto en una concurrida fuente, llamada de La Mariscala.

En el siglo XVIII, su superficie se amplió y tomó su actual forma rectangular; a los álamos se añadieron fresnos; a su alrededor se construyó un muro; en cada una de sus esquinas, puertas; y se disgregaron fuentes con esculturas alusivas a la mitología. Desde entonces, La Alameda no ha dejado de cambiar: se retiró el quiosco morisco de 1904 (que hoy día se encuentra en la Alameda de Santa María la Ribera); las esculturas de bronce con temas clásicos fueron colocadas sobre pedestales entre los jardines; se construyó el Hemiciclo a Juárez, de mármol de Carrara, que mandó hacer el presidente Porfirio Díaz para celebrar las fiestas del Centenario de la Independencia o el monumento a Beethoven, donado por la colonia alemana en 1921 con motivo del centenario de la Novena sinfonía. Pero el cambio más significativo de La Alameda fue cuando, luego de la Revolución, se convirtió en uno de los paseos populares por excelencia: ya sin muros, incluso las familias “descalzas” pasarían las tardes sentadas en sus bancas de piedra con respaldos balaustrados, salpicándose con el agua de las fuentes, deteniendo globos de gas helio o cargando algodones de azúcar rosa, esponjada con el calor del mechero.

Tras ocho meses de renovación, la Alameda Central fue reabierta al público el 26 de noviembre de 2012.

Fue construido en 1910 por órdenes de Porfirio Díaz. Es obra del arquitecto Guillermo Heredia, y las esculturas del italiano Lanzaroni. Está edificado con mármol de Carrara. En su sitio, se albergaba el Kiosko Morisco, que fue trasladado a la Colonia Santa María la Ribera. La obra duró 45 días y tuvo un costo de 399 mil pesos.

Fue inaugurado el 18 de septiembre de 1910, como parte de los festejos del Centenario de la Independencia, en una ceremonia encabezada por Porfirio Díaz, y la presencia de los embajadores de Estados Unidos, España,Argentina y Guatemala. El poeta Luis G. Urbina declamó un poema para la ocasión.

De estilo Neoclásico, es semicircular, de fuerte inspiración griega, cuenta con doce columnas de orden dórico, que soporta una estructura con entablamiento y friso del mismo orden. A los costados tiene dos remates de urnas doradas.

Al centro tiene un conjunto escultórico, integrado por Benito Juárez sedente, con dos alegorías: la Patria, que corona a Juárez con laureles, en presencia de una segunda que representa a la Ley. En el basamento tiene festones, al centro otro conjunto escultórico que preside un águila republicana con las alas abiertas, en un paramento, con grecas neoaztequistas, en el que reposan dos leones.

En su cuerpo central, ostenta un medallón con laureles que enmarca la leyenda:

"Al Benemérito Benito Juárez. La Patria."

Herencia Arquitectónica del General Porfirio Díaz

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